Comentario
Desde el primer momento, los descubrimientos arqueológicos presentaron un panorama parecido a los que son frecuentes en el mundo del Próximo Oriente, donde el paisaje aparece dominado por palacios, templos y tumbas regias o principescas. Micenas, lugar fortificado al que se accede por la monumental puerta de los leones, contenía viviendas palaciegas y templos, lo que da idea de la concentración de los medios de control políticos, militares e ideológicos. El mégaron, lugar de culto centralizado, posible transferencia del antiguo hogar común y precedente del templo griego en lo arquitectónico, parece proyectarse en la península desde el Bronce Medio. Lo mismo ocurre con las tumbas en fosa, que contienen en principio restos que se interpretan como de miembros de las familias reales, pero que, en algún caso al menos, resultan representativas de una clase principesca, con restos de reyes heroizados a los que se rinde culto, frente a la difusión de la tumba de tholos, circular y monumental, para los reyes. Seria el ejemplo más significativo el representado por el que se conoce como tesoro de Atreo. También del tipo tholos se hallan restos correspondientes al Heládico Medio y algún ejemplo, como el de Eleusis, revela que se trata de enterramientos de colectividades sin ninguna indicación que defina la posesión del poder. Los datos revelan así un panorama variado y posiblemente cambiante, a troves de todo el período, cada vez más amplio, al que pueden atribuirse los restos que constantemente siguen encontrándose.
En cualquier caso, sí resulta dominante la idea del poder tendencialmente centralizado en un panorama aristocrático, donde los muertos ilustres se convierten en objeto de culto a través de sacrificios que dejan huella en las cenizas conservadas. La centralización se nota en las grandes construcciones, efecto de un poder coercitivo y símbolo del mismo, para ejercerse en todos los terrenos. Esta fase, propiamente micénica, no necesita explicarse a través de la llegada de nuevos pueblos, pues muchos de sus elementos corresponden a transformaciones internas, donde también pueden haber influido movimientos étnicos no determinantes. Por otra parte, en las edificaciones palaciegas, destacan las dependencias aptas para almacenar productos, así como para la distribución del agua y de algunos otros bienes necesarios para la colectividad, que quedaban así centralizados. Las investigaciones, cada vez más frecuentes e intensas en el terreno de la arqueología espacial, sacan a la luz la existencia de asentamientos dispersos, reducidos, no económicamente ricos, correspondientes a unidades que pueden identificarse con la tribu o, por lo menos, con las aldeas, cuyos pobladores llevarían el peso de la producción controlada por el Estado.
La lectura de las tablillas proporciona un panorama coherente con lo anterior. Los textos no resultan excesivamente explícitos, pues se trata de registros, de redacción escueta, dedicados al control fiscal, de lo que se ofrece a los poderes políticos y religiosos. Ello permite, desde luego, conocer los principales términos en el mundo de los aparatos estatales. El título que puede identificarse con el del rey, como figura que acumula todos los poderes y se asimila a la divinidad, es el de wa-na-ka-te, en transcripción silábica de cada uno de los signos de lineal B, fácilmente identificable con el término homérico wanax, que, en acusativo y con la consonante inicial que correspondería a la -w-, que en griego clásico ha desaparecido, sería wanakta, palabra usada en los poemas principalmente para referirse al rey de hombres Agamenón o a Zeus, padre de los dioses y de los hombres, es decir, al poder supremo en la tierra o en los cielos.
Existe también un pa-si-re-wa que, con el mismo sistema de transcripción, habida cuenta de que el silabario micénico no distingue p-b, ni r-l, correspondería al basilewa acusativo de basileus, término que, si se especializó como rey en época clásica, en los poemas parece corresponder más bien a un tipo de príncipe como el que justifica la realidad arqueológica funeraria descrita. El ra-wa-ke-ta puede transcribirse como lawageta, término inexistente, pero que puede analizarse como conductor del laos o pueblo en armas, para señalar al jefe militar al que, en determinados momentos de la historia real o mítica, se dice que el rey anciano, incapaz de desempeñar las funciones militares inicialmente inherentes a su cargo y justificadoras del mismo, cedió dicha jefatura. Sería el caso de Tauro en la leyenda de Minos, de Héctor en la Troya homérica, junto al anciano Priamo, y del polemarco, cargo creado en Atenas, según Aristóteles, por dicho motivo. También hablan las tablillas de una ke-ru-si-ya o gerusía, como consejo de ancianos, y de tere-ta o telestés, como funcionario encargado de ejecutar las órdenes reales y administrar el tributo.